POLE POLE
Este verano, con mi familia, nos fuimos de vacaciones, nada menos que a Tanzania, a subir el monte Kilimanjaro. Antiguo volcán que se levanta en medio de la sabana, hasta una altura de unos 5.965 metros cuadrados, y donde aún hoy le cubren la famosas “nieves eternas”. No, aparentemente no era una peregrinación. Pero como el cristiano es intrínsecamente un peregrino en este mundo, no hay lugar donde Dios no tenga una palabra, una luz, un mensaje, un “toque”.
La primera palabra, y la única, que aprendí en suajili fue “pole pole”. Más o menos, poco a poco, despacito, muy despacito, muy muy despacito, con calma... algo así. Nos la dijeron cuando comenzamos a subir al monte. Para poder aclimatarte y llegar a la cima debíamos beber mucha agua (decían: el agua es medicina), unos tres o cuatro litros diarios, e ir muy “pole pole”.
Ha sido una experiencia alucinante, pasar de la vegetación más lujuriosa a la aridez de las viejas cenizas de un volcán, donde no había nada, nada mas que polvo y eso, ceniza. Del calor sofocante de las mañanas al frío polar por las noches, sobre todo ya cerca de la cima, donde podía haber 15 o 20 grados bajo cero. Vimos las nubes a nuestros pies y por las noches, en el cielo, un manto de estrellas que se reflejaban en esas nubes y parecía que estabas en un mundo aún por descubrir, casi onírico, y sobre ti el reflejo de la montaña, inmensa, que casi te pesaba, un poco como, a veces, la propia vida.
Bueno para no alargarme, el caso es que no llegué. La subida de la última etapa comenzaba a las 11 de la noche, con un frío polar y “pole pole”. Me quedé a doscientos metros de la “cima” en un lugar que llaman Gilman point. Me dio lo que se llama el mal de altura, me iba para los lados, no tenía ningún equilibrio, perdí la vertical, iba como borracha. Incluso los últimos metros que pude hacer no los hice por mí misma, un guía tenía que sujetarme, impedir que me cayera, creo que incluso se hizo cargo de mi mochila. Y esa fue la primera “palabra”. Yo, que soy una autosuficiente, necesité “un cireneo”, tuve (no había más remedio) que dejarme ayudar. Alguien que se ocupara de mí y “cargara” conmigo. Que palo para mi orgullo. Yo, incapaz de seguir por mí misma, yo, yo.....
Puede haber muchas razones para no haber llegado, pero Dios me iluminó una: “no llegaste porque ibas demasiado deprisa”. Y este es mí sino, siempre voy demasiado deprisa, y no me aclimato. Y en mi vida hay muchas cosas, momentos, situaciones o personas que son un Kilimanjaro. Y Dios me dice “pole pole”. Pole pole con el prójimo, (tu familia, tus amigos, tus hijos, tus vecinos, o ese que acaba de entrar en tu vida) tienes que aclimatarte; pole pole ante la enfermedad, pole pole ante ese acontecimiento que te desborda, parece que te aplasta y no puedes con él, pole pole contigo misma, pole pole. Y déjate ayudar.
Siento muy, muy de veras no haber llegado a la “cima”. De los grandes amores que mi padre me trasmitió (el amor a la Virgen María, a la Eucaristía...), uno de ellos, quizás no tan importante, pero también muy presente en mi vida, es el amor a la montaña. Para mí siempre ha sido un lugar de encuentro con las maravillas de Dios, incluso me ha ayudado en mi fe. Pero he visto las fotos de los que llegaron y el lugar es un verdadero regalo del Altísimo. Impresionante, y aún más que eso. Pero creo que he aprendido algo, y ya conocemos al Padre Eterno, él tiene su manera de enseñar, y la lección pasa por la cruz.
Ahora lo que le pido es que no se me olvide, que afronte los acontecimientos y las personas “pole pole”. Pero también le pido que, aunque a veces se me olvide, aunque me vuelva a entrar la “prisa”, aunque a veces no “me aclimate”, que no me deje, que ponga alguien a mi lado que me ayude, no vaya a ser que me quede a doscientos metros de la verdadera cima, vamos, del cielo.
María Fernanda Roa
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