jueves, 25 de agosto de 2011

San Pablo en la JMJ, crónicas desde un rincón III (continuación y última).


Tercera cruz: El circo romano. La comida a las tres de la tarde y la recogida del picnic para la noche a las cuatro nos obligaba a llegar siempre tarde, para coger un buen sitio, a los actos programados y teníamos que conformarnos con ver al Santo Padre desde una pantalla. Los chicos mientras esperaban la llegada del Santo Padre bailaban y se mojaban con el agua de las fuentes que habían instalado para rellenar botellas de agua. Esperamos bastante tiempo pero por fin la espera terminó. El Papa llegó entre vítores y aclamaciones de los cientos de miles de peregrinos y pudimos por fin escuchar sus palabras de consuelo.
                Habíamos terminado de recibir al Santo Padre en Cibeles, contentos y felices por habernos encontrado con él por primera vez en la JMJ. Le vimos pasar junto a nosotros mirándonos y saludándonos, escuchamos sus palabras de ánimo invitándonos a ser firmes en la fe.
                Nos dirigíamos, ignorantes de lo que acontecía en las inmediaciones, hacia la parroquia del Carmen junto a Sol. Queríamos depositar ante la Virgen una petición que cada uno había escrito en un papel para dejarla a los pies de La Virgen de la Regla ( que presidiría la celebración de la eucaristía con Benedicto XVI). Caminábamos en grupo los chicos de nuestra parroquia y los de la parroquia del Rosario, subíamos por una calle dirección a Sol, cortada al tráfico. Prácticamente íbamos solos. Un ciclista bajó por la calle hacia nosotros y al llegar a nuestra altura grito: “ Gilipollasss” y continuó su camino. No entendimos nada. Un minuto después, un hombre que bajaba en sentido contrario al nuestro pretendió quitarle la mochila a uno de nuestros chicos gritando que esa mochila la había pagado él. Intervino un policía de los muchos que estaban desplegados a lo largo de la calle.
                Empezamos a intuir que los policías no estaban allí porque fuera a pasar el Papa. Me acerqué a ellos y me dijeron que mejor nos fuéramos de la zona, que había una manifestación. Le pregunté donde estaba la boca de metro más cercana y me dijo que “Sevilla” al final de la calle, que podíamos ir allí sin problemas a coger el metro.
                Continuamos subiendo rodeados cada vez de más policías y al torcer una esquina nos encontramos de frente un montón de policías fuertemente acordonados.  El tiempo perdió su sentido; los acontecimientos se solapaban. No sé si vimos primero a una multitud enorme de gente o escuchamos antes los gritos que nos lanzaban. Escuchamos toda clase de insultos, amenazas y vejaciones mientras la policía, delante de nosotros cubriéndonos, nos impelía a salir de allí a toda prisa. Estábamos junto a la boca del metro en Sevilla y rápidamente hicimos que los chicos entrasen por la boca del metro mientras las amenazas seguían lloviendo sobre nosotros.
                Yo desde un rincón de la entrada al metro observaba.
                La tensión era tremenda en el ambiente. Las caras de odio y furor se mostraban  desencajadas frente a nosotros y seguíamos sin entender nada.
                 “Perseguidos más no aniquilados, si somos difamados respondemos con amor, puestos como espectáculo para el mundo, para los hombres” (1ª Co 4 11-13), en palabras de San Pablo. En los rostros de los chicos sorpresa, miedo, estupor o incomprensión.
                Bendita la cruz de la persecución, de la difamación, de ser tratados como basura. Hizo carne en nosotros el lema de la JMJ “Firmes en la Fe, arraigados en Cristo”. Bendita la cruz que sin duda ha hecho reafirmarse con mayor fuerza a Jesucristo en quienes nos encontrábamos allí.
                Alguien dijo: “porqué nos insultan, si no hemos hecho nada”. “Porqué les molesta que seamos cristianos” decía otro. “Porqué no podemos salir a cantar y dar testimonio de nuestra fe delante de ellos” decía una de las peregrinas con trece años y lágrimas en la cara.
                Bendita la cruz que nos permitió vivir con nuestros jóvenes estos acontecimientos, que sin duda han fortalecido enormemente la fe de todos nosotros.
                ¡Creedlo! ¿miedo? Sí, pero muchos de ellos dispuestos a dar testimonio a pesar de todo. Al día siguiente D. Javier Salinas, que fue nuestro obispo en Ibiza, les explicó, después de su catequesis, cómo actuar contra la persecución y les dijo que contestarles en ese momento en vez de paz hubiera provocado en ellos más rabia y odio.
                A partir de ese momento, en varias ocasiones, nos encontrábamos en el metro o por la calle gente (pocos, muy pocos en verdad) que nos insultaba o nos miraba con cara de odio o rabia. Nuestros chicos cantaban, reían y repartían alegría donde quiera que estuviéramos. Yo desde mi rincón observaba a estas personas, veía su sufrimiento y me compadecía de ellos. Recé una oración pidiendo la paz para cada uno de ellos y diciendo en mi interior “Padre, perdónalo, no sabe lo que hace”.
                Cuarta cruz: Salimos andando desde la parroquia que nos acogía hasta Cuatro Vientos, un sol de justicia caía sobre nosotros. Paramos a rezar Laudes en un parque y se nos añadieron cuatro hermanas de la parroquia que acababan de llegar a Madrid para estar en la vigilia con el  Santo Padre.
                La entrada fue lenta, había muchísima gente, pero pudimos entrar en el recinto. Muchos no podrían pasar una hora después.
                Comenzó la cruz a hacer su aparición. A las dos y media llegamos al lugar de la vigilia. El sol era tremendo cuando llegamos. En Cuatro Vientos no existen las sombras, es un paramo desierto, como corresponde a un aeropuerto. Las colas para ir a los baños eran horribles, las de recoger agua en la fuentes lo mismo. Para ir al bar a comprar una coca cola o agua necesitabas una hora y media por lo menos de tiempo en medio de un montón de gente y con un calor agobiante. Confieso que mi primer intento de tomar algo fresco fracasó a la media hora, no pude más.
                La cosa parecía que no podía ser peor, pero sólo lo parecía. Cuando más apretaba el sol los grifos de agua de las fuentes dejaron de manar, no teníamos agua para beber ni para refrescar las cabezas de los chicos, el riesgo de insolación y deshidratación era muy alto. La tarde caía a plomo sobre nosotros con todo su furor. Se rompieron las tuberías de los baños y el agua inundaba la zona, lo que hacía que ir a utilizar los baños se convirtiera en un autentico ejercicio de autodominio para no salir corriendo de allí. Los bomberos comenzaron a recorrer el recinto rociando con las mangueras a los peregrinos que teníamos la suerte de poder acercarnos para refrescarnos, que no era cada vez que lo intentábamos.
                Fueron pasando lentamente las horas y al final de la tarde conseguimos hacernos con algunas botellas de agua que permitieron poder aguantar hasta que por fin comenzó la vigilia con el Papa. Y claro, tanta agua habíamos pedido durante la tarde que nos vino toda de golpe con rayos y viento incluidos. Las carpas de las capillas volaron. Los paraguas se elevaban en el cielo, los sacos de dormir se mojaron y parecía que entre el sol y la tormenta la naturaleza se empeñaba en probar nuestros ánimos. No pudieron con nosotros. Yo desde mi rincón observaba a los jóvenes bailar, cantar, y elevar los brazos al cielo en medio de las inclemencias del tiempo. Bendita cruz que nos permitió no renegar, aceptar los acontecimientos y las adversidades. Ni una sola queja escuché de nuestros chicos, ni un lamento. Aceptaban todas las incomodidades, las adversidades, los inconvenientes con tal de estar allí: primero esperando, y después acompañando a Benedicto XVI que se negó a bajar del escenario durante la tormenta (aunque se había interrumpido la vigilia, permaneció junto a los jóvenes soportando el viento y la lluvia). Bendita la cruz que unió a los jóvenes con el Papa en la adversidad, la comunión era palpable, la sintonía perfecta. El Santo Padre pidió a los jóvenes que rezasen para que terminara la tormenta y poder seguir. Y claro, dos millones de oraciones unidas al sucesor de Pedro dio sus frutos: las puertas del cielo se cerraron y el agua dejó de caer. El viento amainó y pudimos continuar la vigilia, se expuso el Santísimo y desde mi rincón vi un pueblo enorme, una masa inmensa que adoraba y pedía a Jesús Sacramentado en medio de un fervoroso silencio. Dos millones de personas y no se escuchaba un alma.
                Bendita la Cruz por acompañarnos durante la peregrinación y por permitirnos ver estos acontecimientos de Dios en medio de nosotros. Quedan más cruces. Con estas tenemos motivos más que suficientes para agradecer y bendecir a Dios, en medio de nosotros, por el amor que nos tiene. La Paz a todos y dejo mi rincón vacío para todos vosotros.
                                                                              Paco Cabrera, peregrino privilegiado y catequista.
               

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