miércoles, 24 de agosto de 2011

San Pablo en la JMJ, crónicas desde un rincón II


 
                La Cruz nos ha acompañado durante toda la peregrinación. No podía ser menos para los que quieren seguir al Maestro.
                 La cruz es ese instrumento que Dios dispone para cada uno y tiene la particularidad de cambiarte el ánimo, el espíritu y hasta la alegría si se tercia, pero a la vez encierra un secreto en su interior para aquel que la acoge y acepta: en ella está con especial fuerza manifestado el amor de Dios. Es la cruz gloriosa. La cruz se transforma en bendición y nos permite contemplar con admiración cómo sabe hacer las cosas Dios. Y ¿qué tiene que ver esto con la JMJ? Pues todo.
                Primera cruz: llegamos a la parroquia que acogió a los peregrinos de Ibiza desde el martes hasta el domingo por la tarde. Nuestro colchón era el suelo puro y duro. Nos distribuyeron en salas y apenas quedaba espacio en el suelo para poder dejar las mochilas una vez extendidos los sacos de dormir. Teníamos que trasladarnos a una residencia de las Hermanas Oblatas donde un cáterin, que se había contratado desde Ibiza, servía las comidas cada día a las tres de la tarde, nos la comíamos sentados por el suelo,  y nos daban un picnic para tomar por la noche. Mereció la pena tener esta cruz: un  grupo de veintiocho voluntarios de la parroquia nos enseñaron lo que significa servir y perder la vida por los otros; estaban con nosotros desde las siete de la mañana hasta las una de la madrugada cada día. Nos servían, con alegría, mucho más de lo que les correspondía, nos llevaban a sus casas particulares, nos pedían la ropa, se la llevaban y nos la devolvían lavada. Estaban siempre sonrientes y prestos a cualquier necesidad que tuviéramos y nos pusieron por delante de sus familias y de ellos mismos. No eran jóvenes, ¡qué va! El más joven de los voluntarios tenía más de cincuenta años, pero que alegría y que satisfacción mostraban en la cara al servirnos. Bendita la cruz que nos mereció a estos voluntarios y nos permitió ver el amor en su faceta más desinteresada.
                Yo allí, desde el rincón del patio, les veía preparar las duchas para los chicos a las siete de la mañana de modo que, al levantarse ellos, tuviesen listo todo lo necesario. Más de uno, más de un día, se quedó sin comer para tener abierta la parroquia y que pudiesen entrar los chicos cuando llegaran; y más de un día a la una y media de la mañana recogían las cosas del patio y sacaban botellas de agua fría por si alguien tenía sed durante la noche y un voluntario se quedaba cada noche de vigilia por si surgía cualquier necesidad. Mientras, yo fumaba sentado en la silla en el rincón del patio, contemplando, admirando y bendiciendo a Dios por el don de esta parroquia de Nuestra Señora del Sagrario.
                Segunda Cruz: cada mañana después de desayunar, un pequeño batido en cartón y una pieza pequeña de bollería, nos dirigíamos a las diez a la parroquia de San Sebastián Mártir y allí, según el plan que nos habían propuesto, teníamos catequesis y laudes desde las diez hasta las doce y después celebrábamos la Eucaristía hasta la una y media. Era difícil mantener a los chicos, y a los no tan chicos, atentos y centrados tanto tiempo y tres días seguidos. Bendita la cruz que nos permitió contemplar, desde un rincón de la plaza, a los chicos de nuestra parroquia cantando y bailando con alegría en la puerta de la iglesia y dar testimonio de alegría cristiana en medio de aquella parroquia. Hasta los voluntarios de esa otra parroquia (también personas mayores) bailaban y hacían palmas con ellos. Yo, desde un rincón del último banco les veía sonreír contemplando a nuestros jóvenes y me comentaban casi con adoración “pero que chavales tenéis con vosotros”. Escuchamos, sobre todo el primer día, testimonios de chicos de nuestra parroquia y de varios países sudamericanos que hicieron brotar de mi interior alabanza y bendición a Dios por la obra que realiza en medio de nosotros. Bendita sea la cruz que provocó deslizarse alguna lágrima escuchando el testimonio de la juventud que nos releva. Esta noche lo dejo aquí. Mañana, si Dios quiere, echaré mano de otras cruces para haceros partícipes de la visión de la peregrinación desde este mi rincón.
                                                                              Paco Cabrera, arrinconado.

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