miércoles, 10 de noviembre de 2010

ASÍ VIVÍ LA JORNADA DEL PAPA EN COMPOSTELA

 
Vengo como peregrino en este Año Santo Compostelano. Deseo unirme así a esa larga hilera de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han llegado a Compostela desde todos los rincones de la Península y de Europa, e incluso del mundo entero, para ponerse a los pies de Santiago y dejarse transformar por el testimonio de su fe". Con estas palabras pronunciadas a su llegada al aeropuerto de Lavacolla, Benedicto XVI dejaba claro el objetivo de su visita. Venía a la “casa del Señor Santiago” como peregrino de la fe y testigo de la esperanza.

Se dice que “en Santiago a choiva é arte”, pero el 6 de noviembre esa lluvia se transformó en niebla para recibir al Santo Padre. Una densa niebla que comenzó a desaparecer en cuanto el Papa salió del aeropuerto con dirección a la catedral. Contemplando el milagro de la naturaleza, uno llega a pensar que el Papa con su mensaje y su testimonio consiguió disipar la niebla espiritual en la que viven muchas personas, niebla que les impide ver el único “sol” que es Cristo.

La estancia de Benedicto XVI en Compostela fue breve pero muy intensa. Cumplió con el ritual de los peregrinos a su llegada a la catedral: entró por la Puerta Santa, abrazó la imagen del Apóstol, rezó juntos a sus restos, admiró el Pórtico de la Gloria y realizó la ofrenda del incienso en el Botafumeiro.

Me encontré con un Papa rebosante de alegría, feliz de poder peregrinar a la tumba del Apóstol en este Año Santo Compostelano. Se dice que Benedicto XVI es una persona tímida, pero ese día la timidez se convirtió en cercanía hacía todos, dejándose querer por todas las personas que deseaban verlo y saludarlo.

Se habla mucho acerca de que no se cumplieron las expectativas previstas acerca del número de asistentes para ver al Papa. Se quejan los hosteleros (¿y cuándo no se queja este colectivo?) que no hicieron la caja que esperaban; los medios de comunicación hablan de que las excesivas medidas de seguridad disuadieron a muchas personas de acudir ese día a Compostela, prefiriendo seguir la visita del Papa desde la televisión de sus hogares. Personalmente prefiero no fijarme en la cantidad de asistentes, puesto que en los actos programados no se incluyó ninguna celebración de masas. El Santo Padre venía a ganar el Jubileo Compostelano y lo hacía a título personal. A la catedral solamente se permitió que acudieran 2000 personas (enfermos, voluntarios, personas de vida consagrada, niños y catequistas), y para la Eucaristía se limitó el número de asistentes a 6000. Los demás se tendrían que conformar con ver pasar al Santo Padre en el “papamóvil” a 24 kms por hora. No se trataba de un viaje pastoral, en el que se organizan masivas celebraciones; se trataba de algo más íntimo por expreso deseo de su Santidad.

También yo sentí la tentación de quedarme en casa y seguir el viaje del Papa por la televisión, es mucho más cómodo y no pierdes ninguno de los detalles. Pero no, prefería estar concelebrando en la Eucaristía que el Papa presidió en esa hermosa plaza del Obradoiro. Y acudí principalmente porque sentía deseos de expresar mi unión con el Santo Padre y con toda la Iglesia en estos momentos en que la “barca de Pedro” se ve vapuleada debido principalmente al laicismo agresivo que desea anular a Dios y a la Institución de la Iglesia. Acompañado por la totalidad de los obispos, por 535 sacerdotes concelebrantes y por 6000 fieles, el Santo Padre presidió una Eucaristía en honor al Apóstol Santiago. Solemnidad, sencillez (lo solemne también puede ser sencillo), mucha devoción y respeto… así definiría esa Eucaristía seguida a través de los medios de comunicación por unos 150 millones de personas.

Todos esperábamos con expectación las palabras del Papa en la homilía, imaginando que hablaría de las raíces cristianas de Europa y de la importancia del Camino de Santiago en la estructuración del viejo continente. Y no nos defraudó. Con un lenguaje perfectamente entendible, con precisión y con claridad afirmó que Europa ha de abrirse a Dios, sin miedo, trabajando por la dignidad del hombre, abriéndose a la trascendencia y a la fraternidad con los demás pueblos.

En el camino de regreso al aeropuerto, el Papa le comentó a D. Julián Barrio, arzobispo de Santiago, la hermosura de la ciudad de Santiago y lo feliz que marchaba por haber podido peregrinar hasta la tumba del Apóstol en este Año Santo Compostelano.

Gracias Santo Padre, por su visita, por el mensaje de esperanza transmitido y por animarnos una vez más en la fe de Cristo resucitado.
Miguel Cruz

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