domingo, 25 de julio de 2010

SANTIAGO APÓSTOL


Vida y muerte del apóstol Santiago




Hijo del trueno y predilecto
Santiago era un hombre impetuoso y decidido: propuso que bajase fuego del cielo sobre los samaritanos que no querían acoger a Jesús, y fue reprendido por esto; suscitó la reacción de los otros apóstoles al pedir para él y para su hermano Juan los primeros puestos en el Reino. Este temperamento impetuoso, al igual que el de su hermano, hizo que Jesús los llamase “Boanerges”, es decir, “hijos del trueno”. Al mismo tiempo, Santiago era uno de los discípulos predilectos de Jesús, junto con su hermano Juan y Simón Pedro: los tres fueron testigos de la transfiguración del Señor en el monte Tabor y de su agonía en el huerto de Getsemaní la noche de la traición de Judas.

Hacia el año 44
Después de la Ascensión del Señor, Santiago emprendió su viaje apostólico que le llevó a predicar el Evangelio hasta la Península Ibérica. Cuando volvió a Jerusalén fue decapitado por Herodes Agripa I hacia el año 44. Ante el temor a que su cuerpo fuese profanado por los judíos, sus apóstoles, Atanasio y Teodoro, trasladaron sus restos en barca a las costas de Galicia, desembarcando en Iria Flavia, la actual Padrón, y enterrándolo en un lugar cercano. Atanasio y Teodoro quedaron al cuidado de su tumba, y a su muerte, fueron enterrados al lado del apóstol.

Finales del siglo VI
No hay documentos hasta finales del siglo VI que hablen del enterramiento de Santiago ni de la veneración de sus restos. Es entonces cuando se difunde el Breviarium Apostolorum, una narración, que recoge tradiciones anteriores, acerca de los lugares de predicación de los discípulos de Jesús y de sus sepulturas, destacándose las Iglesias fundadas por Santiago, Pedro y Pablo. En este texto se atribuye a Santiago la predicación en Hispania y en las regiones occidentales, y su enterramiento en “ara marmarica”.

El hallazgo de la tumba
El descubrimiento de la tumba de Santiago se produjo en una fecha imprecisa de comienzos del siglo IX, entre los años 820-830, en el reinado de Alfonso II y cuando era obispo de Iria Flavia Teodomiro. Al menos hacía un siglo que se desconocía el lugar del enterramiento del apóstol. La tradición cuenta que unos personajes «de gran autoridad» narraron a Teodomiro cómo veían de noche unas luminarias en el bosque y éste, acercándose al lugar, descubrió entre la maleza una casita que contenía en su interior una tumba de mármol, la de Santiago Zebedeo. Se lo notificó inmediatamente al rey Alfonso el Casto y restauraron la Iglesia en honor de tan gran apóstol. Teodomiro trasladó la sede episcopal desde Iria Flavia a este lugar.

A comienzos del siglo VIII
La tumba del apóstol Santiago viene a descubrirse en un momento difícil para España. A comienzos del siglo VIII la invasión de la Península desde África por los musulmanes supuso el fin del reino cristiano visigodo. La monarquía y la nobleza se replegaron hacia el norte, quedando refugiadas tras las montañas de Asturias. El poder político visigodo quedó herido de muerte y los musulmanes de hicieron con el control de casi la totalidad del territorio peninsular. Cuando, un siglo después, se descubre la tumba de Santiago, el reino astur no había logrado apenas ningún avance en la reconquista. Tampoco para la Iglesia el siglo VIII había sido fácil, pues las controversias teológicas hacían sufrir heridas de ruptura en la cristiandad y ofrecían el triste espectáculo de una época de concilios y contra concilios.

Un lugar casi desconocido
En este momento, la tumba de un apóstol de Cristo, hallada en un lugar casi desconocido, va a servir de guía que oriente a una Europa que está empezando a nacer. Las peregrinaciones dieron comienzo de inmediato, siendo uno de los primeros peregrinos el rey Alfonso II. Los primeros que visitaban la tumba del apóstol llegaban en barco hasta algún puerto de Asturias, pasando por Oviedo y desde allí entraban en Galicia. A éste se le llama el camino primitivo. Las peregrinaciones se fueron intensificando a medida que se conocía la noticia del hallazgo. Los avances en la reconquista de tierras a los musulmanes abrieron nuevas vías de peregrinación. Ya a finales del siglo IX, Alfonso III consigue fortificar la línea del Duero y repoblar la zona. La meseta quedó libre de dominio musulmán y se favoreció el camino seguido por la mayoría de los peregrinos a Santiago, que es el llamado camino francés. A finales del siglo XI, Alfonso VI alcanza en la Reconquista la línea del Tajo, conquistando Toledo, lo cual abre una nueva franja de tierra libre y se crean los caminos del sur y se amplían los portugueses. Las peregrinaciones supusieron un movimiento de personas nunca antes visto en Occidente. Santiago evangelizó Europa y con ello proporcionó a Europa su identidad común ­el cristianismo- y su unidad. 

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