Los profetas mantenían encendida la esperanza de Israel. Nosotros, como símbolo, encendemos esta segunda vela. El viejo tronco está rebrotando, florece el desierto. La humanidad entera se estremece porque Dios se ha sembrado en nuestra carne. Que cada uno de nosotros, Señor, te abra la vida para que brotes, para que florezcas, para que nazcas y mantengas en nuestro corazón encendido la esperanza. ¡Ven pronto, Señor. Ven, Salvador!
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